miércoles, 30 de julio de 2008

Duerme Chaiten


Acodada a la barra del ciberespacio alguien entra y saluda: ¿Hola chilena, tu volcán, sigue escupiendo? Es mi amigo Emilio de España quien pregunta.
Respondo que si y que ha ello se ha sumado la lluvia desmoronando laderas y arrasando en su caída con casas y sueños.
Le digo que desde hace unos días la nieve cubre el paisaje. Ya no sabemos si lo blanco se debe a ella o a la ceniza volcánica

Y después vino el río, agrego. ¡No! ¡Si, Si! lo que oyes. Creció sin límites invadiendo la ciudad de lado a lado y corre desbandado por las calles. En las plazas se detiene a jugar en los balancines luego se resbala y sigue su camino. Atraviesa las casas descoyuntando la puerta trasera y fisgonea intruso; se revuelca en las alfombras, echa un sueño en las camas, prueba los alimentos para escapar raudo por la puerta principal contento por sus descubrimientos. ¡Eso sí! No es huésped deseado, llegó sin invitación. Arrastra en su descenso hacia el mar con vehículos, amores, animales, esfuerzos.

La naturaleza se ha desbocado, no quiere a nadie en sus espacios. Nada de hombres o niños, nada de aves, ni vacas, ni ovejas. Cubre plantas, hierbas, árboles y flores. ¡¡¡Nada!!! Pueblo blanco y rugiente bajo el agua que lo inunda y el volcán que lo cubre con su manto de silencio y muerte. Y la ceniza, siempre la ceniza cada vez más espesa. ¿Ceniza o nieve? pregunta Emilio. Ambas, querido, ambas.

Hoy es pueblo desierto como tantos otros en esta patria mía. El abandono lo ha marcado con su estigma. Los habitantes, hoy antiguos habitantes (Antiguo es una palabra que no tiene tiempo, donde el tiempo es relativo, puede ser ayer, hace años, milenios) han sido levantados en vuelo por los vientos del sur. Desperdigados, se han convertido en buscadores de rutas que los conduzcan al mítico lugar donde plantar la semilla del sueño nuevo, la simiente de esperanza. Andan errabundos, el ancla preparada para echarla donde el sol les sonría.

Pero sueñan con su pequeño pueblo. ¡Era hermoso y lozano! resuena en la tormenta del invierno, sur abajo. Un pueblo joven lleno de primaveras en sus plazas y de niños sonrientes.
Hoy, las casas destripadas navegan por el río en dirección poniente. ¡Nadie las construyo nadadoras!, pero aprenden con pena de aguas blancas y se dejan guiar por la corriente quizás donde. Llevan en su interior toda una vida y fotos de la abuela, del baile aquel, del nacimiento, crecimiento y partida de los que la habitaron. Y viaja hacia el mar como Alfonsina, sin retorno, sin vuelta, desvencijada, sometida, y por fin, vencida.

El volcán ruge y canta melodías ancianas; esas que conocían los aborígenes que vivían en latitud sur, y le canta a la tierra:
¡!!Duerme madre, descansa cubierta por mi manto,
yo velaré tu sueño de noches sin estrellas.
Mientras tú languideces en el reposo de los justos, te protegeré.
Te daré este calor entrañable que recorre las venas de la tierra profunda
cubriendo la arboleda y tus campos.
Desharé toda huella de usurpación limpiando y ocultando.
y los grillos celosos por mi abrazo bajaran hacia el silencio que noctámbulo,
te arrullará con titilar de estrellas ocultas.

Sol, la, si, la, si, do, son las notas florecidas en el huerto del cielo con que madre noche acarició a los hijos. Nadie humano las escuchó, se habían ido en busca de una nueva mañana tibia y de noches con estrellas. Quienes sí la escucharon fueron los otros hijos, los del silencio armónico El manto del volcán no fue apreciado por los habitantes de Chaiten, prefirieron viajar, con el favor del viento del pacifico, rumbo más bien al norte.
¿Dices que ya no hay nadie? Pregunta Emilio. ¿Nadie? respondo sorprendida, ¡pero si hay tantos! La vida amigo, ella, sigue viviendo su vida.

Cuando la tierra duerme y con ella sus creaciones emergidas y sumergidas todas están allí pensando en un mañana armonioso, pero para pensar es necesario silencio e introspección. Eso ha hecho ella utilizando a su volcán recién parido y el hijo obediente la cubre con su manto y la arrulla. Ella se deja hacer y se conecta en silencio con el padre universo para pronto volver a las andadas verdeando entre cielo y tierra, entre montañas y mar abierto.

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