viernes, 5 de septiembre de 2008

Apocalipsis




Yo a ese texto le pondría,


Una pizca de agua clara,

Y un rayo de sol temprano,

Para adornar la alborada.

 

De los niños, nueve sueños,

De mi madre, la mirada,

De tus besos, toda fuerza,

Para romper esa espada.

 

Nada de miedo dejare,

Sólo esperanzas trenzadas,

Y la luz de las estrellas,

Devolviendo las certezas,

Que se anidan en las almas.

 

¿Para que, Señor quisiera,

A los niños de las hadas,

Llenarlos de pena y miedos,

Llorando bajo la escacha?

 

Al cielo yo prometiera,

Que buenitos se portaran,

Que lavarían sus manos,

Con agua de la montaña.

 

La cara blanca y sonriente,

Cuando ya rompiere el alba,

Trenzando rezos al padre,

Y dándole rosas blancas.

 

Del corazón un arrullo,

Hacia ti, ellos enviaran,

Balbuceando, yo te quiero,

Y cantando a la esperanza.

 

Pues eso eres, mi cielo,

Sólo amor de alas muy blancas,

El perdón eterno y regio,

Que emana cada mañana,

De tus manos, de tu estampa.

 

Envíanos tus sonrisas,

Del Elohim, siete llamas,

El perdón de tu albo pecho,

Y el amor que como manta,

Va cubriendo todo resto,

De pecado y cosa errada.

 

Que mejor manto quisiera,

Esta hija que te llama,

Para pedir por los otros,

Llevando rosas trenzadas,

Como anillo de ilusiones,

Y prender en tu aura clara,

mil y una canción celeste,

y  estrellas de la mañana.