sábado, 14 de junio de 2008

Un Pseudónimo para Rosario


Rosario pensaba que su nombre no tenía la resonancia que necesita un autor de cuentos. Los pseudónimos o combinaciones que tenia ante los ojos no satisfacían su imaginaria y fue entonces, en medio de la creación, cuando se quedó dormida.

No mas cerrar los ojos comenzó a descender por una escalinata hacia un lugar blancamente iluminado. Al llegar a un recodo un murmullo la hizo aguzar el oído; Muchas voces al mismo tiempo con una algarabía de risas, movimientos y carreras llenaban la estancia de cálida camaradería. En alguna parte de sus células sabia que esas voces pertenecían a sus Rosarios ancestrales. Las convocó sin darse siquiera el trabajo de llamarlas, sólo las pensó cuando en un carrusel de nombres e historias, buscaba un pseudónimo que encubriera los cuentos que desde sus sentidos se derramarían fuente a fuente, letra a letra hasta sus manos.

Se asomó para verlas aunque no mas fuera por esta vez, cuando de entre la multitud apareció un letrero que decía Hortensia, las otras personas reían y se atropellaban tratando de verla, de alcanzarla aunque no mas fuera por unos instantes con la mirada ella, sólo pudo distinguir la mano que lo alzaba. Desde lejos, atrás, muy atrás de sus recuerdos esas voces fueron teniendo cara, nombre, y en su mente, la claridad. No necesitó subir o bajar un peldaño más porque había comprendido que los ancestros femeninos se habían dado cita en ese lugar para reencontrarla.

Sus ojos no servían para ver pues sus sentidos lo captaban todo hasta la más mínima vibración. Despacio, caminando en puntillas Rosario llegó a su lado y en un frenesí de movimientos, con las manos en jarra, se encadenaron las unas a las otras y comenzaron a bailar la danza de la historia.

Desde los confines del pasado le llegaron los fru-fru de polleras y piececitos deslizándose al compás de la música que hace el viento al rozar las hojas. De pronto se encontró en el lugar más alto, siendo la primera de la fila ¿o la última, se preguntó? y pudo ver que la cadena de Rosarios era casi infinita. Pasaban ante ella hermosos rostros ovalados, cabelleras rojas, negras, doradas, ojos de ámbar, esmeralda o cielo, bocas sonrientes, cuerpos culebreando desde el ¨antes¨ para llegar frente al ¨ahora¨, que las miraba embelesada. La fueron cercando en cientos de vueltas hasta ser lanzada hacia los aires sujeta por finísimos hilos dorados que la unían a esas manos cariñosas y seguras.

Ellas estaban contentas. Las había recordado. Sus nombres estaban en sus pensamientos, en las combinaciones de letras que precipitaban como cuentas pero siempre ligadas a ellas, a lo que le pertenecía; su cadena genética ancestral. No quería tener un nombre que no representara nada y ellas llenas de entusiasmo se lo agradecían y festejaban a su modo.

Fueron apareciendo los letreros, primero uno, luego otro, se quedaba unos instantes inmóvil para cerciorarse que lo había leído, desapareciendo en medio de risas y aplausos. Instruyó que en ese gesto tan humano había una petición implícita; “acuérdate de mi”, “y de mi” decía otra mostrándole su pancarta. Cuando tuvo los ojos pletóricos de cognomentos ancestrales comenzó a despertar y con plena conciencia de lo sucedido fue despegando los párpados despacito para que no se le escapara ninguno. Puso la primera letra de cada nombre en un papel y el resultado le pareció perfecto: Gracia, ¿quieren que me llame Gracia o me dan las gracias? les preguntó sonriendo.

Así nació este nombre, sugerido en una insólita reunión de mujeres, que dieron forma a un futuro apenas imaginado por ellas pero ciertamente vislumbrado al momento de parir.

Las Rosa-Hortensia, Andrea, Aurora, Catalina, Irene, Inés, Graciela, Gabriela y tantas otras habían hecho crecer la cadena de la vida eslabonando el pasado con el futuro por medio de una silenciosa construcción celular. Cada una aportó su perfecto yo hasta llegar a las entrañas de las abuelas. Nosotras, pensó Rosario: mi madre, yo, mis hijas y ahora mi nieto somos la continuidad de tejedoras expertas, lanzadoras de redes al futuro, semillas sembradas en los vientres fértiles de esas mujeres que la miran sonrientes desde sus cunas del pasado.

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