miércoles, 27 de noviembre de 2013

BUSQUEDA

Caminé mucho tiempo por laderas filosas e hirientes, Deambulé sin saber ahuecando mi voz por las pendientes, Recorrí los confines de los hornos oscuros de la gente, Pisoteé ensimismada rocas escarpadas y candentes. ¡Nada encontré, Señor, nada! No era por ahí donde a buscarte fuere. Seguí taciturna mi caminar buscándote hacia el frente, Herí mis manos y mi cuerpo en la tierra agreste, Dejé pedazos de la piel y rodillas sembrados en la nieve Desvencijé mis pies ya casi derretidos de dolores latentes. ¡Nada encontré Señor, nada! No era por ahí donde a buscarte fuere. El exilio del alma transformó, inmutable, mis torrentes, El sol del desierto quemó sin piedad mis manos y mi frente, El frío de la nieve penetró por las hendijas de mi mente, El agua de los mares separó sin piedad este cuerpo de mi gente. Y en este viaje, Señor, ¡Nada encontré, nada! No era por ahí donde a buscarte fuere. Me sumergí en el silencio de los montes mirando hacia el oriente, Recorrí las extensiones del desierto dejándome arrullar por las flores; silenciosamente, Me enredé en la flora extensa del sur donde la vida siempre emerge, Calmé mi sed en la vertiente de una montaña verde. ¡Y te encontré, Señor, te encontré! Era por ahí donde a buscarte fuere. Y… En cada susurro de la tierra, En cada rosa silenciosa y en su aroma, En cada flor del desierto nuevo, En los ojos de mis hijas, En el palpitar de las plegarias, En la mirada sorprendida de las aves, En la briza que rosa mis mejillas, En la amiga que acoge, En el canto del agua, En la paz del mañana, En mi corazón ya sin dolores… ¡Te encontré, Señor, te encontré! Dejé de buscar por fuera lo que adentro tuviere, Sumergida en el latir del alma que en mi ser viviere Acogida en la luz del canto que mi Fuente tiene Arropada en su manto sané mi cuerpo para siempre. ¡Y Te encontré, Señor, te encontré…! Y hoy todo me sorprende.

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